Nadie diría que convives con un gremlin de caracolitos rubios cuyo hobbie favorito es mancharte la ropa con babas/mocos/loquesea porque cuidas mucho tu imagen.
Te gusta dormir como a la que más, pero por esto y sólo por esto eres capaz de sacrificar parte de tu descanso (3 minutos exactamente) para arreglarte cada mañana y tratar de tener un aspecto más que correcto sin necesidad de desatender tus quehaceres maternos matutinos, vamos que cada mañana vas de puto culo pero crees que el esfuerzo bien vale la pena.
Y si algún objeto de tu vestidor puede considerarse fetiche, esos son los zapatos. Te encantan los tacones y cuanto más altos mejor. Llevas años subida en ellos, te mueves como pez en el agua y sólo en vacaciones te bajas porque ir a la playa con ellos cómodo no es y además apetece disfrutar de las antiestéticas y comodísimas chanclas.
Y debió de ser eso: la falta de práctica tras 2 semanas en chanclas. Tanto traje, tanto taconazo y tanta polla para meterte el ostión más espectacular, aparatoso y peligroso que te has dado en tu puñetera vida por culpa de los tacones. P’haberte matao, imbécil.
Gracias a tu inoportunismo innato y a tus cantidades industriales de torpeza en vena, o bien te metes en un sarao importante o bien te caes/tropiezas/ rompes la crisma o tu especialidad: todo a la vez.
Era tu tercer día de vuelta al ruedo, todo iba sobre ruedas y de repente no sabes cómo lo que estaba rodando escaleras abajo era tu cabeza. Y de siempre has sabido que lo que pisa el suelo son los tacones y no las mechas, ergo te estabas matando.
En el edificio de tus oficinas, bajando de una planta a otra con una mano en la blackberry y la otra apoyada en la barandilla (ojo es que eso es grave, ¡te estabas apoyando! ¿pero tú qué tienes por brazos? ¿¿Manos locas??) de repente te viste bajando 5 escalones de cabeza, 8 de hombro y finalmente 4 más de culo. 17 escalones en total, contados. Y te quedaste sentada en un escalón. Eso sí lo tienes ¿ ves? Tú te metes una leche de órdago, pero salvo por los pelos revueltos, las heridas con sangre y el sudor frío de tu frente, nadie diría que acabas de ver pasar tu vida a cámara lenta y que hasta has visto a San Pedro descojonándose con tu apoteósica entrada. Eres como los gatos, siempre caes bien y acabas sentada y con las piernas cruzadas. Torpe pero decente.
En fin, dicen que cada una baja las escaleras como quiere, ¿no?