Y cuando dices miel quieres decir spa, y cuando dices asno quieres decir rubia.
Muy zen y muy sugerente, hasta que te bajaste los pantalones en el vestidor y una hilera de pelos te hizo la ola desde el tobillo hasta el muslo.
Al cabo de un rato y enfundada ya en tu bañador color berenjena te
dirigiste al circuito de “aguas” y al pasar por delante de una pared enorme
cubierta de espejo sufriste la peor de tus epifanías: tú cuerpo serrano convertido en un cacho de látex con cuatro extremidades blanquecinas y peludas. Horror.
Y de esta guisa, estabas a punto de encontrarte con el cabrón exigente que te tenía que frunjir esa noche. (Nota mental: comprar pilas para las noches de marido
inalámbrico).
¿Desde cuándo ir en chanclas por suelo mojado es sinónimo
de resbalón triple mortal? Ahí estabas tú, con tus flácidas carnes rebotando
contra el suelo y despeinándote las piernas ante los presentes.
Os hicieron un masaje a cada uno y como no, a hombredepacienciainfinita le
tocó la masajista guapa, simpática, dulce, sensual y tetuda; y a ti la mal
follada, frígida y borde. Selección natural, por supuesto.
Pues
seguramente en la puta música de bambú de fondo que te pone de los nervios, en los pelos que asomaban por debajo del albornoz augurando una más
que segura falta de frunjimiento nocturno, en la guarra guapa que le guiñaba el
ojo todo el rato a tu marido y en el ostión que te habías metido al salir de la
sauna turca. Si es que así, no hay quien se ponga zen cojones.
Y menos si al levantarte de la tumbona, compruebas que cierta visita mensual ha decidido adelantarse unos días y el discretísimo cernícalo que tienes por marido grita: "¡Yuhuu, la semana de las mamadas!".