lunes, 27 de agosto de 2018

Campo de nabos on tour.

Este verano os habéis lanzado a la aventura de meteros los cinco en un avión. Lo de viajar tus hijos lo llevan bien porque son hijos de sus padres, pero lo que no sabías era cómo iba a ir lo de meterse en una lata de sardinas con alas con un niño de 3,5 años con autismo.

Y bueno, mal no fue. En realidad la parte del avión fue la más fácil, la parte del aeropuerto fue un poquito más complicada, un poquito así como una puta locura.

Y dentro de lo malo, sabes que podría haber ido mucho peor pero eso no quita que igualmente sudasteis sangre, sobre todo a la vuelta.

Como buena agonías que eres, a la ida os plantasteis en el aeropuerto cuatro horas antes de la salida del vuelo porque había muchos números de encontrar pollos: huelgas varias porque volabais el viernes 3 de agosto, colas interminables y personal malhumorado así que preferías llegar con tiempo e ir tanteando el perímetro, el ambiente y el personal.

Hacía siglos que no facturabais una maleta en el mostrador pero en esta ocasión a parte del maletote que llevabais, tú querías hablar en persona con una azafata para explicarle la situación y ver si tu tembleque de piernas le llegaba al corazón y se apiadaba de vosotros contribuyendo a que la experiencia de vuelo con Leo fuera lo más normal posible.

Fuisteis los primeros en la cola de facturación. Llevabais esperando unos 40 minutos, tus hijos ya no sabían cómo ponerse. Leo había probado todas las maneras de celebración del autismo en suelo aeroportuario, vamos que ya había probado todas las poses de buen autista haciendo la croqueta en el suelo.


Leo celebrando el autismo en suelo aeroportuario en el 
Prat y Fiumicino, en Nápoles y en Cori.

No os tocó la azafata más simpática pero sí una muy eficiente que os aseguró que ella misma iba a estar en la puerta de embarque, que pasaríais los primeros para que Leo entrara con el avión vacío y que unos metros más adelante podíais pasar el control de seguridad para personas con discapacidad y así saltaros la hora de espera del control de seguridad ordinario que tenía unas colas tremendas.

Se te abrió el cielo. No tenías ni idea de la existencia de un control de seguridad alternativo. Y enfilasteis hacia allí.

Una maravilla. Sin colas y con muchos voluntarios con camisetas amarillo pollo muy solícitos dispuestos a ayudaros con los niños.

No tuviste ni que mostrar el carnet que acredita la discapacidad de tu hijo, en cuanto vieron el percal os pusieron la alfombra roja y se apartaron: Leo estereotipaba en todos los idiomas de manos posibles, Mass y Jomío jugaban a ver quién lesionaba más y mejor al otro y el padre iba cargado de documentación como un sherpa.

Primero pasó nuestra documentación y tras ella el padre haciendo encaje de tarjetas de embarque y DNI’s. Tras él, Jomío y Mass sacándose los ojos. Tras ellos Leo haciendo aleteo de manos que tú temías que saliera volando (sin avión) en cualquier momento y pegada a él cual lapa, tú que te separaste apenas medio metro para pasar el arco de seguridad que ¡oh sorpresa! le pitó a Leo.

Y es que resulta que el aparatito de marras pita si llevas algo metálico y también pita aleatoriamente y le tocó a Leo. Se te contracturó el ojete en cuanto viste que el de seguridad y sus dos metros de uniforme con porra se dirigían hacia Leo, tú Leo.

Te interpusiste en su camino, disimulando tus ganas de huir corriendo con Leo en brazos, toda rubia y esponjosa: “¿Y no puede revisar al otro gemelo? Total, si ha sido aleatorio... Mire que éste es autista y no sé yo cómo puede acabar la cosa…”.

Los dos metros de armario empotrado en uniforme escupieron sin pestañear un mecánico: “No se preocupe señora (tu cabeza: ¿SE-QUÉÉÉÉ?!?!?!?! ), es un momentito.

Y sin pensarlo y de manera totalmente impulsiva, automática y seguramente suicida, aprovechaste los dos segundos en los que se giró para coger la espada jedi con la que cachean de arriba abajo, para pegarle el cambiazo de gemelo y poner a Mass en el lugar de Leo. 

Bastante tensa ibas como para aumentar las probabilidades de crisis dejando que una mesa camilla de uniforme mareara a Leo que es totalmente imprevisible. Además Mass es más sociable y le iba a reír todas las gracias. 
Y en efecto, el de seguridad debió de pensar que ese niño autista era muy "raro". Y así mejor para todos: Leo a su aire, Mass repartiendo sonrisas, el de seguridad había hecho su trabajo y tú habías minimizado las probabilidades de crisis autista al mínimo. Todos contentos.

En la puerta de embarque corristeis, cantasteis, saltasteis, fuisteis al baño, hicisteis la croqueta, mirasteis doscientas veinte veces las pantallas donde se anuncia el estado de los vuelos, comprasteis agua, revistas, chuches, volvisteis al baño, Leo celebró el autismo en el suelo, volvisteis a hacer la croqueta y finalmente embarcasteis los primeros como dijo la eficiente pero poco sonriente señorita azafata.

Para ti, el peor momento era el de atravesar el finger y acceder al avión porque la sensación de entrar en una lata de sardinas la tienes sí o sí. Ibas con Leo en brazos, agarrada más fuerte tú a él que al revés, y rezando a Odín el Padre de Todos muchas veces y en bucle para que no se negara en rotundo a entrar al avión. El tío ni pestañeó. Ni se inmutó. Y a ti te cayeron cascadas de sudor entre las tetas y por el coxis.

El avión estaba vacío salvo la tripulación de cabina y pudisteis acomodaros sin problema. Leo tranquilo. Mass muy curioso investigando todo y Jomío preguntándole a la azafata más joven si ella era de Barcelona porque él era de Barcelona pero ahora vivía en Iaioland. Este niño se enrolla con cualquiera. En todos los viajes se pone a hablar con todos los desconocidos a su alrededor, cuando llegáis a destino se sabe siempre nombres, origen y destino de medio pasaje.
El trio calavera calentando asiento mientras entraba la hora de pasajeros.
Jomío en clara actitud preadolescente "lo molo todo".

Del viaje de ida en realidad lo peor de todo fue la espera en Europcar hasta que os dieron el coche que habíais reservado. Porque había mucha gente y cuando la chica os preguntó si en inglés o en italiano, tu marido muy seguro dijo: italiano. Porque él cree que lo habla bien, ¿vale?.

Dos horas. Los dos habláis inglés y la señorita le volvió a preguntar en varias ocasiones si quería cambiar al inglés pero tu marido hizo gala de su infinita paciencia y su par de huevazos manteniendo la calma y esforzándose por chapurrear un italiano decente. Decidiste dedicarte a perseguir a tus hijos por la estancia antes que interrumpir el alegato en “itañol” de tu marido y quién sabe si también vuestro matrimonio.

Dos horas después salíais de allí en vuestro flamante Fiat algo.

Estuvisteis una semana y los niños se portaron muy dignamente para los palizones que les disteis. Visitasteis Nápoles, la costa amalfitana, Pompeya, Roma y la costa de la Latina. 
Nápoles. Tratando de ejercer de mamá y guiri a la vez. Estrés.



 Cargando los 22 kg de Leo en la Plaza de San Pedro. Roma.

Paseando los 22 kg de Leo por Pompeya.

Fotos no en la costa de la Latina.
Diluvio con vistas en Roca Massima.
                     

También os diluvió, Jomío tuvo momentos de preadolescente incomprendido por el cosmos, Leo tuvo una crisis autista en el hotel que aún no sabes qué la desencadenó y tuvisteis un encontronazo con otro coche italiano que os hizo conocer la comisaría de la Polizia Locale y a un policía muy resolutivo y con altos niveles de empotrabilidad.

La vuelta fue significativamente más dura. No coordinasteis bien la entrega del coche con la hora de salida del vuelo y os tirasteis siete horas en el aeropuerto más dos horas de retraso, nueve horas en la terminal que desembocaron en una fuerte crisis autista de Leo que os hizo pasar un mal rato a todos. A él el primero, a su familia los segundos y a las doscientas y pico personas del vuelo AZ78 Roma-BCN los terceros.

Por suerte la gente se portó de diez, las azafatas de 100 y el padre, Jomío, Mass y tú de 1.000.000. 
Porque nadie perdió la calma cuando es muy fácil perderla y controlasteis la situación. Tú te dedicaste a calmar a Leo, el padre a coordinar a las azafatas y a evitar que nadie recibiera una patada ya que Leo se había tirado al suelo a bailar breakdance y estaba girando sobre sí mismo y pataleando y gritando a todo el que se le acercaba. Y Jomío se encargó de que Mass no se separara de él y no la volviera a liar parda ya que minutos antes había hecho saltar la alarma de una puerta de acceso a pistas.

Ya en el avión se durmió todo tu campo de nabos. Tú te dedicaste a ejercer de reposacabezas infantil, a repasar mentalmente todo lo que había pasado las últimas horas y a recolocar las entrañas que se te habían hecho todas un nudo en la garganta.

Poco mal salgo para la movida de una hora antes 
en el aeropuerto de Roma...

Pero repetiréis. La experiencia ha sido muy positiva y habéis aprendido muchas cosas:

1. Que viajar con niños está sobrevalorado.
2. Que un carrito ligero, o dos, os hubieran ido de lujo. 
3. Que sabes hacer un maletote para cinco para una semana y que no supere los 18kg.
4. Que el primer estrábico del mundo fue un padre de gemelos en un aeropuerto.
5. Que hay que minimizar a la mínima expresión la estancia en el aeropuerto.
6. Y que para viajar los gemelos siempre tienen que ir vestidos igual por si necesitas darles el cambiazo.

Confirmado. Seguiréis viajando los cinco :-)

ps. Si alguien quiere ver más fotos, en mi cuenta de Instagram @estoesaprauna hay un Destacado de Stories que se llama Italia 2018 con más fotos. Enjoy!!