lunes, 23 de enero de 2017

Las pelotas del mal.

Has hecho croquetas.

Y se te ha olvidado poner sal. La última vez que le pusiste sal a algo fue en verano de 2012. Y crees que has echado demasiada harina. Como croquetas tienes dudas pero cómo pelotas de golf te han salido cojonudas.

No es ningún secreto que no tienes ni puñetera idea de cocinar, así como tampoco lo es que lo odias un poquito tirando a mogollón que puta mierda de tortura diaria de los cojones de dios, pero lo llevas bien.

Y como no te queda más remedio que alimentar decentemente a tus tres pichones, de vez en cuando te ves en la obligación de innovar, de hacer algo que se alga de los cuatro platos anodinos, aburridos y facilongos con los que te sobreviven tus pobres hijos.

Así que como esta tarde has estado en casa de tus padres y has visto como los abuelos hacían croquetas con suma facilidad y rapidez, te has venido arriba y has dicho: ¡Esto lo hago yo esta noche con los ojos cerrados y un gemelo en cada brazo!. 
Tus padres te han echado una mirada de miedo que tu cerebro ha interpretado libremente como un "no hay cojones".

Treinta y ocho palotes entre ovario y ovario y es intuir un "no hay cojones" y como las moscas a la mierda, de cabeza.

Has pillado a tus tres descendientes directos, has enfilado hacia tu hogar y te has metido en el ajo. 
Has seguido paso a paso lo que has visto en casa de tus padres. Bueno paso a paso tampoco, no vaya a ser que por una vez en tu vida hagas las cosas correctamente. 
Has decidido saltarte algún paso para variar, cómo es una técnica que te funciona TAN de puta madre….
Has decidido no poner cebolla a la masa de las croquetas porque no te has visto con valor ni paciencia de picar cebolla cortadita súper pequeñita y perfectita como la corta tu puñeterito padre con sus cuchillitos de asesinito en serie profesional, así que era sin cebolla o con tropezones del tamaño de una albóndiga. Sin cebolla. Menos trabajo y más rápido.

Y puestos a hacerlas sin, sin sal también. Desde luego problemas de retención de líquidos en tu casa no va a tener nadie mientras dependan de tus platos, no le echas sal a NADA. Desconoces de qué conexión neuronal adoleces que eres incapaz de acordarte de echarle sal a nada de nada. Ni al pan con tomate, donde la sal representa una cuarta parte de los ingredientes, que vendría a ser como hacer unas lentejas sin chorizo, una mariconada en toda regla.

Mientras le dabas vueltas a la masa de las croquetas con la bechamel te resonaba la voz en off de tu padre, tu pepito-cansino-grillo y encima cocinitas:

Voz: “Los entendidos en croquetas cuando las comen saben perfectamente enseguida si la harina ha sido tostada o no, así que tuéstala bien que la harina cruda es un horror”.

Y tú siempre le contestas: “Ah, ¿pero existen expertos en croquetas?...

Pero la voz siempre te ignora y sigue a lo suyo: “De unos 400 gramos de masa salen unas 72 o 73 croquetas”.

Tú: “¿72 o 73? ¿Pero que mierdas de precisión es ésta? Seguro que las va contando y pesando porque siempre le salen todas exactamente iguales de tamaño y forma. Pues a mi me han salido 18 y deben ser los orcos de las croquetas porque cada una es hija de su padre y de su madre, no hay dos iguales. Parecen los panellets de un parvulito de 3 años

Voz: ”Ponlas en una bandeja con pan rallado espolvoreado y sepáralas entre ellas para que no se toquen y no se peguen, y las metes en el congelador”.

Tú: “Claro, cómo si tuviera un congelador industrial. No me cabe una bandeja decente así que usaré dos tuppers y las repartiré equitativamente, a ver…dieciocho entre dos...ahá..

Tú y las proporciones. 
Dos confinadas en tuppers de aislamiento por mala conducta.

Cuando ya las tiene así, listas para ser congeladas, aparece Jomío con su maravilloso don del oportunismo y su puñetera sinceridad sobrevalorada:

Jomío: "¿Qué es eso?"

Yo: “ESO son croquetas, como las de la abuela pero las he hecho yo”.

Silencio.

Silencio.

Jomío: “Ala…(silencio)...que guay…(silencio)...¿no?..."

...

...

"ALA...QUÉ GUAY... ¿NO?"

En la vida nada te ha sonado tan FALSO como ese forzadísimo cumplido de tu hijo mayor. N A D A.

Pues sabes de uno que por bocachancla va a participar en la primera cata a ciegas de croquetas in da haus, a ver si es capaz de diferenciar las de los abuelos de las tuyas, que salvo por la forma amorfa de las tuyas, la ausencia de sal, el regusto de harina cruda y la densidad de cemento son igualitas oye…


viernes, 20 de enero de 2017

Campo de batalla: la cocina.

Oh los hijos…. Sólo los hijos poseen el don de convertir algo que has deseado con ansia durante mucho tiempo en algo que cuando se materializa se convierte en un puto infierno. Aunque se trate de una puta mesa, como es el caso.

Hace tiempo que querías poner en la cocina una mesa con sillas para que tus tres terroristas pudieran comer juntos y tener controlada la zona apocalíptica, que allá donde se comen un palito de pan no sabes si ha sido un gemelo o una estampida de búfalos bailando flamenco sobre una barra de pan. Y de paso mientras ellos comerían, tú podrías aplicarte en otras tareas culinarias que aborreces como cocinar y sufrir.

En tu mente veías una mesa y tres niños sentados a su alrededor comiendo. Incluso a veces visionabas un plato de comida en el centro a modo de entrante para compartir para los tres y tres vasos con agua frente a cada plato para cada comensal.

Esperabas algo tal que así.
Pues los cojones en vinagre.

Te encontraste el armageddon:



No habías caído en el PEQUEÑO DETALLE de que en las tronas los gemelos NO se podían levantar hasta que tú lo decidías, ahora has puesto a su alcance toda la libertad del mundo para hacer y deshacer a su puto antojo.

La imagen bucólico-pastoril de los tres alrededor de la mesa duró lo que tardaste en hacer la foto porque inmediatamente después se convirtió en un caos de anarquía y destrucción.

Siempre había algún gemelo que huía por patas a abrir cajones de la cocina, a tirar todo lo que alcanzara de la encimera al suelo, a torturar el lavavajillas (que se ha quedado con síndrome de estrés post-traumático) o simplemente huía por la casa con las manos pringadas y descojonándose como una hiena histérica.

Cuando los sentabas en la mesa de nuevo, volvía a huir alguno o se ponían a guarrear con todo lo que había en la mesa, a sacar trozos de comida y ponerlos en la mesa o en otro plato, a quitarle comida a Jomío, a tirar el agua de los vasos, a cabrearse porque ya no había agua en los vasos...

Y mientras tanto tu hijo mayor, de normal comprensivo, paciente y adorable, lejos de contribuir a apaciguar a las fieras, mientras tú ibas de culo intentando controlar a los gemelos, acabar la cena de los adultos y vigilar que nada ardiera, se rompiera, saliera volando o desapareciera en circunstancias extrañas, Jomío no paraba:

“Mamá un gemelo ha tirado un trozo de salchicha al suelo, ¿verdad que lo ha hecho muy mal y yo lo estoy haciendo muy bien?”

“Mamá el otro gemelo se ha levantado y ha empujado su silla hasta la pared, ¿verdad que eso no se tiene que hacer y yo lo estoy haciendo muy bien?”

“Jomío, no les llames gemelo, llámales por su nombre.”

“Vale. Mamá este gemelo, que es Leo o Mass, ha hecho el pinopuente y se ha ido sin terminar su plato y eso no se puede hacer, ¿verdad? Pero yo estoy comiéndomelo todo.”

Y así hasta el infinito y más allá. Por supuesto cada fechoría de los gemelos se partía a mandíbula batiente contribuyendo así a que estos dos delincuentes se vinieran más arriba e incrementarán el nivel del grito o tiraran las cosas más lejos.

Sacaste fideos de la campana del extractor y del body de uno de los gemelos que es donde van a parar las cosas que desaparecen en esta casa, misterioso pero cierto.

Te estás planteando hacerte de nuevo con las cárceles tronas... y unos dardos tranquilizantes.