Tenéis previsto un cambio de hogar y estás planteándote
muy seriamente obviar la cocina. Podríais aprovechar ese espacio para crear un
espacio útil donde tu autoestima esté a salvo y no huya por patas cada vez que
entras.
Has intentado cocinar varias veces, tampoco cada día
porque no es verdad, eres mala cocinera, no una suicida emocional, y no hay
feeling, para nada.
Dicen que cocinar relaja. Los cojones. A ti te ataca, pero bien. Entonces le das al vino y ya no hay quien se centre. Suerte que en
cuanto entran en acción hombredepacienciainfinita y su pachorra, sacan de la
chistera (aka nevera) alguna maravilla culinaria que salva de la inanición a
tu estirpe.
Y ya tiene tela que seas tan negada en la cocina porque
los genes los llevas de serie. Tu madre cocina bien, pero es que tu padre te cocina una mierda con patatas
fritas y repites 3 veces de mierda. Esto es así.
Pero como tienes más que asumido que has heredado sus
nórdicos rasgos y su don rollista pero no su arte culinario, el fin de semana
pasado decidiste probar suerte en otro ámbito: la repostería.
Primer objetivo: el tiramisú de tu madre. Famoso en la
familia por ser una receta heredada,
exquisita y tremendamente SENCILLA.
Sólo había que mezclar cosas, coño y eso no
podía ser muy complicado.
Pero cuando no puede ser no puede ser y además es
imposible.
Para empezar ni con la receta en la mano fuiste capaz de
hacer la compra del tirón. Hasta tres veces tuviste que volver al supermercado
porque te dejabas algún ingrediente y
teniendo en cuenta que hablamos de una receta de sólo 5 ingredientes, pues mal,
muy mal.
Cuando lo tuviste todo te aplicaste con ahínco: las
yemas, el azúcar, el mascarpone, las claras a punto de nieve… todo al dedillo.
Y lo dejaste en la nevera.
Al día siguiente una vez presentado a los comensales y
catado, hecha una ansias esperaste el veredicto de éste, tu primer tiramisú y
como no podía ser de otra manera el primero en hablar fue el el iaio, tu padre.
Y como tampoco podía ser de otra manera, no se podía
limitar a un “que rico” o “que malo”, no. Se levantó ante los 15 comensales
alzando su plato de postre al aire y solemnemente dijo:
“En propiedades organolépticas has sacado un 9.3, está
muy bueno de sabor y el aroma es correcto. En textura has sacado un 8.5, muy suave pero le falta el toque de mamá
(ahí donde más duele). En estructuras un 7.8, la proporción de capa de crema y
bizcocho no es la idónea, pero como empedrado romano te ha quedado cojonudo. Y
en apariencia has sacado un 3, mira que está bueno pero es que es feo de
cojones”.
Tú con tu padre a veces dudas de que viváis en el mismo
planeta. ¿Organo-qué?
Y por si tu autoestima no había quedado suficientemente
confundida, por la noche remató la faena Jomío al preguntarle por las croquetas
que se estaba comiendo, que también las habías hecho tú.
Tú: “¿Están ricas, cariño?”
Jomío: “No, pero tengo hambre”.
…
Para qué coño preguntas...