En esta casa se está
viviendo una fase escatológica de mucho cuidado. Estáis pasando una fase
escatológico-bipolar de cojones y tú ya no sabes qué hacer para gestionarla
debidamente.
La fase caca-culo-pedo-pis de Jomío se está haciendo eterna, parece que le ha
cogido el gusto a eso de ir provocando la arcada ajena y no hay manera de que
la suelte. Además ha empalmado con la fase graciosilla de sus hermanos gemelos
que ahora le ríen cualquier gracia y claro, si ya necesitaba poco para venirse
arriba lo de ahora es de traca.
No es que esté todo
el día diciendo “caca” aunque a veces se recree en esas dos sílabas, sobre todo
cuando la repiten sus hermanos y te montan un concierto de caca a tres voces,
es que no para de tirarse pedos. Pero no pedos de “uy, se me ha escapado
un pedete” no (pedete sería un eufemismo). Pedos de “huye cagando ostias sin mirar atrás y no pares hasta
oír hablar en portugués”.
Anoche por ejemplo. Viendo la
televisión juntos soltó un par de bombas mortíferas de gas mostaza y el tío
siguió como si nada, aún y habiendo levantado previamente el anca para
facilitar su expulsión, lo que le convertía automáticamente en culpable: era consciente y había contribuido al ataque químico.
Estupefacta ante
tamaño desatino y con ánimo de dar ejemplo a sus repetidos hermanos le soltaste
una regañina, a la que te respondió:
“Es que me gusta
oler mis pedos”.
“Pues tíratelos cuando estés solo y en el baño.”.
“Pero es más
divertido si hay alguien”.
Ahí el muchacho tiene razón. Este niño le ha
pillado el truco a la vida demasiado rápido.
Para los curiosos, durante el
transcurso de la escena el padre estaba de color rojo picota intenso
aguantándose el descojone y algún pedo, fijo.
Eso sí, para tu hijo
los pedos de gas mostaza pero las cacas de caramelo, por favor.
¿Cómo puede un niño
tan sumamente letal con sus pedos ser tan sumamente flor de loto a la hora de
cagar??
Tu hijo se pone a “hacer
popo” y caga auténtica maldad concentrada en palominos de mantequilla marrón. Sin
embargo, tal y como va exorcizándolos se va asombrando, a la vez que se
va muriendo de asco, de su propia obra.
Y la sesión cagalística
transcurre del siguiente modo cada vez que un palomino toca fondo en el
retrete.
Pino plantado, grito
de Jomío: “¡¡Que asco mamááááá!!”
Siguiente pino
plantado, siguiente grito de Jomío “¡Mamááá que me muero del ascooooo!, ¿me limpiarás túúúú?!”
“¡Ah mamáááá me han
salpicado unas gotitas de algo en el culo, que ascooooooooo!”
...
No entiendes esta aversión a su propia obra, que no dices que los adopte pero coño, que lo
supere que parece que cada vez que caga se traumatiza. Que no los mire, no los huela, no los nada. Vista al frente y a
lo suyo. Pues nada. Cada palomino, un análisis forense exhaustivo a grito
pelado de la composición, pestilencia e intensidad de la arcada que le provoca.
La siguiente escena
es Jomío limpiándose el culo. Que se conoce que dos o tres toallitas no son
suficientes para el culo de un niño de 7 años, que la criatura necesita
utilizar 17 toallitas para limpiarse el ojito de Sauron. No quieres
imaginar cuántas necesitará el día que tenga el culo del tamaño del de su padre
y peludo. Una carpa de circo húmeda como poco.
Así
es tu hijo, un completo oxímoron andante. Igual te gasea con gas mostaza y se
enorgullece de la letalidad de su obra como se aterroriza por su propia
capacidad de exorcizar el mal en formato palomino.
Con
los brazos “abiertos” que estás esperando a su adolescencia, y la nariz bien
cerrada…