Estás alcanzando cotas estratosféricas de tamaño planetario. Y mientras puedas moverte sin necesidad de un gato hidráulico para levantarte del sofá tienes que aprovechar. Así que este fin de semana te vas con tu marido a un SPA.
Estás preparando la maleta y metiendo tus microbikinis de la temporada verano pre-embarazo cuando caes en la cuenta de que tal vez tus nuevas curvas no quepan en ellos así que decides probártelos TODOS.
Y menudo panorama... y que lástima das...pensabas que como el bikini no cubre la barriga, no tendrías problemas con el resto del cuerpo. Pero no sólo se te desparraman las tetas por todas partes a la vez, si no que el culo te ha crecido 3 tallas y pareces una morcilla con gomitas de pollo. ¡¡HORROR!!
Buscas y rebuscas en tu vestidor y rescatas un bikini viejo, dado de sí y totalmente ofensivo para el buen gusto que (para disgusto tuyo) compruebas que te va bien.
Te observas en el espejo de frente, de lado, del otro lado, de espaldas, de frente de nuevo…¿¿¿Qué coño los pies??? A ti lo que te jode es NO poder verte la entrepierna.
De modo que te acercas al espejo y
Sales disparada al centro de estética. 26 tirones, 2 calambres, una llorera, 50 euros y un “eres rubia por fuera pero por dentro mozambiqueña” después, te subes al coche suave como el culito de un bebé y dispuesta a olvidar en el SPA todo este sufrimiento.
Y al subirte: ¡PRRRREEEEEEPPPP!
Pero no es un pedo cualquiera no, es un pedo que te resulta totalmente familiar, un pedo con denominación de origen, ha sido un PEDO DE MADRE. Tu atónito y paciente marido duda entre descojonarse (aún a riesgo de recibir una patada voladora) o indignarse (acabas de desbancar a su top 1 en el ránking de bombas de metano). Y tú no sabes si justificarte o hacerte la loca. Porque los pedos de madre no son unos pedos cualquiera. Tienen un sonido muy particular: agudos pero contundentes, desagradables pero entrañables. Si alguna vez has escuchado un pedo de madre, los identificas al momento y te solidarizas con su dueña porque no hay nada más embarazoso y humillante que un esfínter hormonado y rebelde. Se acabaron los viajes al baño en manada. A partir de ahora tú y tu culo vais por libre.
Vale, te disculpas. Compras el silencio de tu marido con una bolsa de M&M, una de doritos y una coca cola y le prometes que no te dormirás durante el trayecto (no lo has logrado en tu p*** vida) pero su silencio bien vale el esfuerzo por intentarlo.
En el primer peaje te despierta de un codazo.
...
3 codazos más tarde llegáis al SPA.
La recepcionista se te queda mirando la barriga fijamente como si quisiera levantarte la camiseta con la mente y te pregunta: "¿Estás embarazada?"
Con una barriga de 8 meses y ante semejante juego de obviedades no puedes evitar ser una cínica: -Noooo es que soy como las pitones, cada mes engullo la comida de una sola pieza y la digiero lentamente-
De repente se levanta y tú te temes lo peor (pollo) pero la recepcionista te ignora y se lanza con su discurso:
-Pues en ese caso no puedes hacer sauna, ni hidromasaje, ni jacuzzi, ni baño turco, ni ducha de contrastes, ni circuito termal, ni..-
-¿Y entrar? ¿Puedo entrar?-.
Pero la tía está en modo contestador automático y sigue soltando su perorata de prohibiciones y termina su alegato con el veredicto:
-Sólo puedes bañarte en la piscina climatizada-.
Cojonudo. Con lo bien que te llevas tú con las piscinas.
Tu marido te anima a disfrutar del agua y te pseudo-convence. Finalmente no te queda otra que enfundarte tu viejo bikini, el condón de rigor en la cabeza y meterte en el agua muy lentamente y sin dejar de tocar fondo, no vayas a rememorar los calambres del otro día, que encima ahora podrías aderezar el panorama con pedos de madre.
Mientras tanto tu marido es conducido por una esbelta señorita de bata blanca y sonrisa aún más blanca a un circuito con piedrecitas y chorritos a distintas alturas y temperaturas. Y en tu insistencia por no perder el contacto visual con el macho alfa de tu manada de repente notas un chorro que te da de pleno en los riñones y te empuja hacia delante. Te has metido sin querer en el circuito de chorros de la piscina aún sabiendo que no puedes estar ahí así que te apresuras a abandonar el campo de minas ipso facto no vaya a darte un chorro en la barriga y te ponga el bebé por sombrero.
Fuera de peligro le envías un mensaje amenazador a la piscina con la mirada:
-No me gustas. Yo a ti tampoco. Si me vuelves a dar un susto así, me mearé. Así que vamos a llevarnos bien y tengamos la fiesta en paz-
En zona segura, intentas disfrutar de la ingravidez del agua y de lo poco que pesa tu barriga en ella. Y en esas estás cuando te encallas literalmente en la escalinata de la piscina y aparece tu relajado marido y te sonríe.
-Soy una ballena varada y la piscina me odia-
Y él responde sumergiéndose contigo y hablándole al bebé debajo del agua -hooollaaaaaaaa hiiiiiijooooooo miiiiiiiiiooooooo sooooooy tuuuuuu paaaaadreeeeeee-.
-No cariño, eres la versión ballenato de Darth Vader-
Pero aunque sólo sea por este ratito, ya han valido la pena todas las impertinencias del día: la porno-depilación dolorosa, los pedos de madre, tu visión de cachalote en bikini, la recepcionista "halagüeña" y tu cruzada personal contra las piscinas.